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El patrón energético de los países industrializados, basado en el empleo de combustibles fósiles y contaminantes, está provocando un aumento perjudicial de los llamados gases de efecto invernadero. Las políticas de mitigación de los gobiernos no parecen ser suficientes, existiendo además una enorme desigualdad de emisión entre los países en vías de desarrollo, los que menos emiten y los que más sufren las consecuencias, y los países desarrollados, incapaces de reducir sus emisiones de CO2. La capacidad de la tierra de absorber los gases de efecto invernadero y las emisiones de CO2 se está sobrepasando. Tal y como se cita en el Informe de Desarrollo Humano del PNUD, “estamos gestionando […] de pésima manera nuestra interdependencia ecológica. Nuestra generación está acumulando una deuda ecológica insostenible que se traspasará a las futuras generaciones”, lo que incluye a nuestros niños.
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